Cuando me paro a contemplar mi estado, y al ver las cosas que me han traído hacia acá, me pregunto: ¿qué tanto he sido yo, y qué tanto los demás? No soy una persona que ha hecho las cosas por sí sola, gran parte de mis aciertos, si es que los tengo, se los debo a los grandes profesores que he tenido. Tal vez somos como el ángel de la Historia del que habla Benjamin, arrastrados por los vientos que soplan más de lo que nuestras alas pueden hacer. Si me enteré de la existencia de Letras Hispánicas fue por una excelente profesora de español en la secundaria que estaba estudiando lo mismo que yo hoy día. Con ella me enteré de que el latín se podía aprender, que el Quijote era un libro y que Platón hizo una filosofía (aunque aún no sabía los usos de esa palabra) bien interesante.
Cuando miro los años que he pasado interactuando con el Arte me he dado cuenta de al menos una cosa: ya no soy el adolescente de preparatoria que en sus clases de Historia del Arte leía sin entender Rayuela, se sabía algunos mitos griegos que le contaba su maestra y pensaba que el siglo XX fue lo mejor del arte. Fueron las lecturas de clase en la Licenciatura las que me han llevado a interesarme en la época Renacentista, el Medioevo, el periodo Clásico Europeo y la Tardoantiguedad. Gran parte del pensamiento moderno viene de esos siglos y todo descubrimiento es tan solo el olvido de aquello que ya habíamos tenido entre las manos.
Las clases de latín me apasionaron e intenté seguir por mi propia cuenta para poder leer los textos en su idioma original. La arquitectura de las catedrales europeas me atrajo al misterio de lo sagrado. Los planes de estudio de las siete vías medievales me enseñaron que en lo profano también se podía ver todo aquello que nos trascendía y que por muchos siglos los hombres miraban al cielo y se imaginaban solamente la música de los planetas. Las lecturas de Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, las vidas de los santos y sus grandes obras literarias me acercaron a los misterios del cristianismo. Ernesto Castro mencionó en una de sus clases, a modo de broma, que uno entra a la licenciatura en filosofía siendo el más ateo y se sale haciendo la comunión. Clase tras clase, duda tras duda, me iba acercando a lo que ahora me mueve.
Entré por laberinto tan extraño y tan poco común para alguien de mi edad y contexto. Recuerdo en una clase de poética haber leído algo sobre la experiencia estética y me recordó bastante a lo que Mircea Eliade había escrito sobre la fenomenología de lo sagrado. Creo que mi profesora de secundaria al ver que ese niño que se declaraba ateo y mi profesora de la preparatoria al ver el muchacho que se mofaba de la Iglesia se sorprenderían de este giro tan radical que nunca tuvo un inicio porque siempre fue una gradación que estuvo agravándose.
Con la Pandemia del 20-21 tuve tiempo de estudiar, no solo lo que se lleva en la licenciatura, tomé clases en Filosofía, las correspondientes a Grecia y a Roma. Tuve tiempo para tomar cursos en la Universidad de Buenos Aires sobre pensamiento Tardoantiguo. Tuve privilegio de tener tiempo libre y dedicarme en mis tiempos libres a estudiar la Teoría Literaria de mi gran maese, Jesús G. Maestro; quien me enseñó a ser crítico con mis clases, conmigo mismo, con mis interpretaciones de la literatura y con los grandes discursos posmodernos de muchas universidades.
Ahora sé qué temas son los mismos sobre los que rondo como las moscas sobre el olor de la fruta madura. Estética, porque el misterio de lo bello se olvida a lo largo de gran parte de la carrera. Pensamiento tradicional cristiano, porque incluso en el 1900 José Enrique Rodó escribía un ensayo donde pugnaba por una sociedad cimentada en el precepto moral cristiano al ser bello (estético) y moral (ético); porque no es solamente la Escritura la que ha inspirado sino también un Santo Tomás (quien se ha vuelto mi Santo Patrono) que se nutre y fundamenta en Aristóteles, en Platón y en los Padres de la Iglesia. La literatura latina, tardoantigua y medieval porque he visto que a lo largo de ese milenio que se resume en dos clases en la licenciatura pasaron cientos y cientos de plumas sobre papeles, con teorías sobre la Realidad y sobre Dios que nos han dado los cimientos de la manera en la que pensamos hasta hace pocos años, como los trabajos de Cirlot en que une a los místicos medievales con el pensamiento de los surrealistas.
A veces me pregunto si esta consciencia de mis temas e intereses que me mueven son nuevos, si he llegado a ellos por mí mismo, si soy como el ángel del inicio o como las moscas del párrafo anterior y tan solo vuelve a la patria, la razón perdida.
René, leerte siempre es un placer, honestamente me sorprendió que todos esos gustos por la literatura latina, tardoantigua y medieval vinieran a lo largo de la carrera, pensé que siempre habían sido lo tuyo. Una presentación muy interesante, siempre es genial ver a alguien descubrir su verdadera pasión
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